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Pesca en el fin del mundo: una experiencia fueguina

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El día comienza temprano en Ushuaia. A las siete de la mañana, el guía pasa a buscarnos y con una sonrisa nos invita a subir al vehículo que nos llevará hacia lo desconocido. No vamos en busca solamente de peces, sino de algo más profundo: vivir la esencia misma de la Tierra del Fuego.

Mientras dejamos atrás la ciudad, la primera parada es en el Valle de Carbajal. Allí, el guía nos explica cómo los glaciares, las turberas, los ríos y lagunas moldearon este paisaje. Respiro hondo y el aire frío me llena de energía; el valle parece un tapiz infinito de verdes y ocres. Continuamos el camino y nos detenemos en el Mirador Garibaldi. Frente a nosotros, el Lago Escondido y el Lago Fagnano se abren como espejos azules. El guía nos habla de la Falla Tectónica de Magallanes y de cómo esta región es un tesoro para los amantes de la pesca.


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Al llegar al sitio de pesca, el guía nos reparte el equipo. Montarlo es casi un ritual: las cañas, las líneas, las moscas. Escuchamos atentos la charla técnica que nos prepara para la jornada. Cada uno de nosotros tiene la atención personalizada de un guía, y la sensación es de estar en buenas manos.

Lanzamos las primeras líneas y el tiempo se detiene. El sonido del agua, el silbido del viento y el verde del bosque nos envuelven. Cada lanzamiento es un diálogo íntimo con la naturaleza. A veces los peces muerden, a veces no, pero la experiencia va más allá de la captura: es el contacto con un paisaje intacto y salvaje.


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Alrededor de las dos de la tarde, nos reunimos para almorzar. Si el clima acompaña, extendemos mantas y mesas improvisadas al aire libre, rodeados de montañas y agua cristalina. Si no, el Parador de Laguna Palacios nos da refugio. El menú es un festín patagónico: bifes con ensaladas frescas o un estofado de cordero fueguino, acompañado de vino, gaseosas y postres. Durante todo el día, nunca falta un mate, café caliente, facturas o alfajores para endulzar el camino.

Regresamos a Ushuaia cerca de las cuatro de la tarde. Volvemos cansados, pero con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno. No me llevo solo el recuerdo de los peces, sino la certeza de haber vivido una experiencia auténtica en el fin del mundo.


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